La Sabiduría a través del silencio mental
“El control mental nos permite destruir los grillos creados por el pensamiento. Para lograr la quietud y el silencio de la mente es necesario saber vivir de instante en instante, saber cómo cambiar cada momento, no dosificar el momento”. – Samael Aun Weor
¿Voces en la cabeza?
¿Estás cansado de escuchar tantas voces en tu cabeza, diciéndote todo lo que debes hacer? Qué tienes que comer, la ropa que te tienes que poner, la manera en que debes hablar con lo demás…
¿Todo el tiempo esas voces te dicen que nada de lo que haces alcanza, que podrías haberlo hecho mejor y que incluso ni siquiera tendrías que haber intentado? ¿O tal vez te dicen, con halagos y cariño, que eres divino y te merece mucho más?
El párrafo anterior se podría considerar una conversación de un loco, más adecuada para el patio de una clínica psiquiátrica. ¡Exacto! Eso no está muy lejos de la verdad, de aquello que consideramos que es perfectamente normal.
Ahora, todos conversamos con nosotros mismos en nuestro mundo interior, en nuestra intimidad. El gran filósofo Platón ya había definido el proceso del pensamiento como “un diálogo del alma consigo misma”.
En ese sentido, alguien que esté orgulloso de su propia razón podría creer que es el señor de todo lo que ocurre en su mente.
Podría ser… pero, ¿será que se puso a observar el origen de sus propios pensamientos?
Cuando nos fijamos en el origen psicológico de nuestros pensamientos, podemos darnos cuenta de que la situación es más complicada de lo que parece. Visto que estamos sujetos a descubrir una fuente inagotable de contradicciones íntimas. Y lo que es más fatídico, se trata justo de esos asuntos que más nos inspiran certeza sobre quiénes somos y sobre lo que sabemos.
Siendo así, con justa razón hasta podríamos desconfiar de eso que creemos que es “nuestra razón”, que tal vez no esté tan lejos de lo que se llama locura.
El dualismo de la mente
¿Cuántas veces nos sucedió que vimos representados ciertos dilemas de nuestra vida diaria en forma de diálogo entre un ángel y un diablo?
En esta escena, la persona indecisa se pone a pensar, caminando en círculos. En un hombro, está el ángel que la llama a honrar sus principios éticos. En el otro, está el diablo astuto, que hábilmente defiende las ventajas y relatividades del pecado.
La persona, dividida en sí misma, no sabe a quién hacerle caso. Si actúa para el bien, como la vida le enseñó a actuar, o si se atreve a actuar para el mal, que parece ejercer una fascinación muy especial… En su mente, se arma una terrible batalla entre el derecho y el deber, el deseo y la razón… En este batallar de las antítesis, sentimos confusión y aflicciones, que nos puede traer el dualismo de la mente mal entendido.
Así, el estudiante que se había convencido del propósito y los beneficios de La Meditación diaria, falla un día, después un segundo día, un tercero… y ya no medita más.
Un hombre enamorado que juró amor eterno a su novia, finalmente se cansa y la abandona.
Una persona que ingresa a una escuela iniciática sagrada, la cambia luego por las facilidades de otra escuela más de su agrado.
La vida diaria nos ofrece numerosos ejemplos respecto de la inconstancia de nuestro carácter… Por ejemplo, muchas veces ocurre que lo ignoramos. ¿Cuántos de nosotros podríamos asegurar que tenemos pleno conocimiento de quiénes somos?
Habrá quien crea que sí, y tal vez hasta se sienta un individuo bueno y responsable. Esto ya no debe generar tanta sorpresa. En estas épocas de diablos muy sofisticados, se hace difícil discernir qué es lo correcto y qué es lo incorrecto.
Yoes pensadores
En este sentido, la misma falta de responsabilidad para alcanzar objetivos nos indica que no somos individuos íntegros. Cuando observamos nuestra mente con una mirada filosófica, no podemos dejar de hacer algunas preguntas: ¿a qué se deben tantos cambios repentinos de hábitos? ¿por qué nuestras creencias no tienen relación lógica entre sí? ¿cuál es la causa de las incoherencias entre nuestras más queridas ideas y nuestras acciones?
En esta etapa de la investigación de nosotros mismos es que comenzamos a sospechar de nuestra propia individualidad. Al final, ¿cómo se origina esa pluralidad de voces que negocian y disputan en nuestra mente?
La Gnosis nos enseña sobre la doctrina de los muchos, esto es, sobre la pluralidad del yo psicológico. En otras palabras, no tenemos un yo individual, verdadero y continuo, sino que tenemos millares y hasta millones de yoes que se pelean por el control de nuestra vida.
“Pues por qué no compro ese auto, ¡nunca vi una promoción tan buena!”, exclama un yo de la codicia, con mucho apremio. “¡Pero cómo! Con ese valor, voy a vivir en la miseria pagando cuotas hasta que me muera”, protesta otro, más avaricioso. “Además, los autos son innovaciones para vanidosos… Los antiguos sabios andaban a pie y siempre llegaban a donde querían”, complementa un yo sabihondo del orgullo, concordando con el segundo. “Si nuestra sociedad no fuese tan desigual, todos tendrían acceso a sus necesidades básicas, y los autos no serían derecho de unos pocos”, arremete de forma un poco dramática, el yo sofista de la envidia.
De esta forma, nuestra mente es un escenario de discordias incesantes. Allí donde los pensamientos se amontonan, los variados yoes pelean para imponer su voz, sus deseos. Hablan, disertan, debaten, gritan, mienten, insultan y, en medio de ese caos, algunos hasta cantan. ¿Cantan? Eso mismo, ¡todos tenemos una canción psicológica que nos caracteriza!
Buscar el silencio interior
“La forma más elevada de pensar es no pensar” – V. M. Samael Aun Weor.
Los versos de un antiguo libro de sabiduría china postulan lo siguiente:
“Quien habla, no sabe.
Quien sabe, no habla”.
Un dicho popular ya nos dice que “el silencio es la elocuencia de la sabiduría”.
También vale la pena recordar un detalle en las estatuas y esculturas que representan una figura divida del Budha: es fácil notar que las orejas suelen verse alargadas. Se dice que estas orejas representan la sabiduría, pues sugieren una persona que sabe escuchar.
Por ejemplo, comience a registrar cómo la ignorancia y la insensatez suelen ser atribuidas a personas dispuestas a hablar mucho y a escuchar poco. Naturalmente, una conversación exterior innecesaria y superflua es el reflejo de la charla interior.
¿Usted ya se dio a la tarea de escuchar su charla interior?
¿Acaso se dedicó a discernir la viva realidad de la pluralidad de voces que allí debaten?
¿Ya se propuso investigar las distintas y profundas causas?
Cuando tomamos conciencia sobre la pluralidad del yo, naturalmente llega el asombro. A fin de cuentas, ¿qué somos? O mejor, ¿qué es lo que queda verdaderamente de nosotros? Es fundamental darnos cuenta de esto. Así, naturalmente sentimos una necesidad y una urgencia de cultivar el silencio de la mente. Es decir, mantenernos en un estado de alerta en cuanto a todas esas voces e imágenes que emergen de entre las tinieblas del subconsciente. Al final, el curso de nuestra vida depende de esto y, en consecuencia, también el éxito o el fracaso. En ese contexto, nace el sentido verdaderamente práctico del autoconocimiento.
“Un primer estudio en la técnica de la meditación es la antesala de esa paz divina que supera todo conocimiento”. V. M. Samael Aun Weor.
Escuchar la voz del silencio
El mundo en el que vivimos es complejo y desconocido. Cada instante es nuevo y único. Nuestro propio ser es un misterio profundo y todavía pendiente de revelar.
¿Qué certeza podría traernos una mente sin guía, desordenada e incapaz de quedarse en silencio?
¿Qué sabiduría encontramos en seguir el flujo de esa dinámica mental involuntaria?
Por esa razón, si buscamos la sabiduría, debemos buscarla más allá del intelecto. No estamos diciendo que el intelecto sea inútil, pero sí que la sabiduría es algo más específico. Algunas veces puede estar relacionada con el intelecto, pero también se puede expresar a través de una acción intuitiva. Más allá del mundo de los conceptos y las opiniones existen regiones superiores y más profundas en nuestra propia consciencia, donde reina la intuición.
En el silencio de la mente podemos escuchar la sabiduría que palpita viva en nuestro interior. Y todo se muestra bajo una luz natural y sin complicaciones.
Así, es fundamental aprender a silenciar la mente, dado que el silencio interior nos confiere una lucidez especial sobre quiénes somos, lo que sabemos, lo que de hecho precisamos, de qué somos capaces realmente, etc. Y todo esto, a través de un sentir simple y directo. De esa manera, aprendemos a conducirnos de forma intuitiva y práctica para sortear las numerosas adversidades de la vida.
“Dios es un silencio, el hombre, una voz” – V. M. Lakhsmi.